Y éste en un Mundo endiabladamente complejo.
Si crees que sabes perfectamente, exactamente, lo que hay que hacer, no montes una fundación. No presidas una asociación. No dirijas una organización no lucrativa (ONL) en estos tiempos revueltos. Porque, en realidad, no sabes lo que hay que hacer. Yo tampoco. En realidad, ningún líder, ejecutivo o cabeza visible tiene hoy ideas muy claras de lo que hay que hacer exactamente, ni de cómo hacerlo, porque nuestra realidad contemporánea es tan inabarcable para una persona sola que supera las capacidades de cualquiera. Y sobrepasa, además, nuestras metodologías habituales de análisis y toma de decisiones.
El sector de las asociaciones y las fundaciones es especialmente complejo, dentro de la complejidad general. Tiene funciones sofisticadas, y necesidad de equilibrios muy difíciles de alcanzar. Para sintetizar, a mí me gusta pensar en cuatro grandes dimensiones que debemos armonizar:
la del impacto positivo, es decir, lograr cambios profundos y estables mejorando la realidad sobre la que es nuestra misión incidir, y reduciendo a la vez los efectos indeseables de nuestras actuaciones (contaminación ambiental, distorsiones indeseadas de la vida social, creación de nuevos desequilibrios, etc …);
la de la comunicación interna y externa: la escucha profunda y significativa, la emisión de información veraz y de calidad, la creación de espacios de diálogo, comunicación y comprensión;
la de la sostenibilidad económica y la optimización del uso de recursos materiales;
la de la preservación de los valores colectivos, el mantenimiento de nuestra cultura organizativa en un escenario de multiculturalidad y cambios sociales vertiginosos, asegurando simultáneamente nuestra integridad y nuestra permeabilidad, en la búsqueda permanente del bien común.
Estas cuatro dimensiones me parecen importantes por igual, y, al actuar muchas veces como fuerzas contradictorias, nos retan a las ONL incluso más que a las empresas o a las administraciones públicas. El campo de juego en el cual nos desenvolvemos, permanentemente acelerado, es cada vez más líquido, extraño, e impredecible; tan complicado, vasto y rápido, que supera nuestras inteligencias individuales. Las organizaciones sin ánimo de lucro asumimos conscientemente una dificultad suplementaria: nuestro cuerpo social no está compuesto de «votantes» o de «consumidores», sino de universos individuales, cósmicamente sofisticados tanto en su evolución personal, como en las de sus múltiples interrelaciones, en las esferas tanto físicas como virtuales.
Abrumadas y abrumados, sin embargo, debemos seguir trabajando, queremos seguir creando mundos mejores en nuestro pequeños mundos sociales. Pero nuestras capacidades, métodos e indicadores habituales resultan insuficientes. Por suerte, la inagotable capacidad creativa humana empieza a dotarnos de alternativas serias y de metodologías avanzadas para gestionar tantas complejidades.
Creo que un paso previo a la introducción de nuevas formas organizativas es necesariamente el reconocimiento de que no sabemos casi nada. Es muy duro para patronatos, juntas directivas y equipos técnicos, compuestos todos ellos muchas veces por personas altamente educadas, asumir y expresar explícitamente nuestra pequeñez y nuestro desconocimiento. Pero estea actitud humilde es fundamental para dejar ir viejas formas y normas, y hacer venir nuevas maneras de saber y de hacer.
Para ser práctico, me remito a un par de ejemplos virtuosos de estrategias basadas en la nueva inteligencia, que dicho sea de paso, será siempre colectiva y rara vez individual. En primer lugar, está el reciente proceso de «planificación prospectiva» realizado por una fundación muy joven, AlmaNatura, radicada en Arroyomolinos de León (1). Como ellas y ellos cuentan, «si queremos escuchar tenemos que empezar a hacerlo desde el punto cero. Por eso decidimos llevar adelante un proceso de planificación colaborativa y centrada en las imágenes del futuro que deseamos». Asumieron desde el principio que, a pesar de conocer bien a su comunidad, su territorio y su contexto, debían entenderlos mejor a fin de «construir de manera colaborativa posibles escenarios (materializados en acciones y condiciones) que permitan que la situación presente evolucione»... hacia futuros deseados por todos los grupos de interés, por todos los seres humanos (e incluso no humanos) de su entorno, por todos aquellos a los que la organización quiere servir, y servir bien.
Un segundo caso interesante es la historia de cinco jovencísimas personas que decidieron generar hace más de diez años un espacio de creación, ocio, cultura y experimentación colectiva en el medio rural. Se instalaron (primero por libre, y luego amparados como asociación por un convenio), en una parte de la cementera abandonada de Los Santos de Maimona. Su apuesta metodológica ha sido «la acción comunitaria y la resistencia creativa como herramientas para la conservación de la memoria de la cementera y de su patrimonio industrial, la defensa del acceso a la cultura comunitaria y la creación cooperativa en el territorio rural extremeño.» (2). En este tiempo, LaFábrika detodalavida (LFDTV) se ha eregido en oasis de mentes inquietas y contenedor de iniciativas personales y grupales que presta servicio al todo el sur de Extremadura (y más allá). La miríada de reconocimiento recibidos en estos años se ha coronado en 2021 con el premio New European Bauhaus, concedido la Comisión Europea, por su proyecto de regeneración, en la categoría de 'Espacios urbanos y rurales regenerados' (3).
Finalmente, en Fundación Maimona, introdujimos la técnica de laboratorio social cuando tanto el equipo técnico como el Patronato asumimos las limitaciones del tradicional plan estratégico (4). Esta forma de colaboración emergente y abierta ha generado nuevos proyectos y estructuras autónomas, multiplicando así nuestra capacidad de hacer más allá de nuestros recursos propios, y liberando algunas energías locales dormidas.
Atrevámonos. Atrevámonos en asociaciones y fundaciones a ejercer mejor nuestra inmensa responsabilidad, en tiempos tan difíciles, de adaptar nuestros recursos y procesos al nuevo conocimiento disponible, así como a las verdaderas necesidades y anhelos de las personas y lugares a los que debemos nuestro trabajo. Innovemos de manera sensible, sensata, y valiente, sabiendo conservar nuestras esencias, pero al mismo tiempo zafándonos de arcaicas armaduras herrumbrosas que resultan impermeables a la inmensa riqueza que ofrecen nuestras tierras.