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¿Reto u oportunidad?

Dr. José Carlos Moreno Vázquez

Miércoles, 2 de noviembre 2022, 11:21

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Analizar la realidad empresarial del sector salud en Extremadura requiere hacer una breve referencia a nuestra situación socioeconómica. Los datos dicen que somos de las últimas comunidades en PIB per cápita, del mismo modo que somos la comunidad con menor gasto sanitario público y privado per cápita. Tenemos de las menores proporciones de camas hospitalarias privadas respecto al total y con poca colaboración pública-privada, con uno de los menores porcentajes de gasto sanitario total dedicado a conciertos. En resumen, somos una comunidad pobre y con una sanidad privada poco relevante frente a la sanidad pública. Además, somos una comunidad extensa, poco poblada, poco industrializada, mal comunicada y poco atractiva para profesionales cualificados. Por qué seguimos ahí año tras año es una pregunta que cada persona, empresa, responsable público o institución tienen que hacerse, responderse y trabajar para mejorar. En cualquier caso, este es el terreno donde nos ha tocado jugar o, mejor dicho, donde algunos hemos decidido jugar, siendo extremeños, después de habernos formado fuera, y donde hemos aceptado el reto de hacer algo.

A pesar de estas dificultades, con las que lidiamos cada día los profesionales o empresarios del sector, en Extremadura hay cosas que sí podemos hacer, si entendemos con realismo y optimismo dónde estamos y cómo podemos posicionarnos cada uno en este ecosistema peculiar donde convivimos empresas de muy distintos orígenes y características. Por un lado, está el gigante de la sanidad pública, que atrae y cautiva a la mayoría de pacientes y profesionales. Por otro, grandes grupos hospitalarios, aseguradoras y franquicias, son capaces de competir con la ventaja de pacientes también cautivos, economías de escala, eficiencia operativa y precio. Por su parte, existen clínicas especializadas de mediano tamaño, que apuestan por la innovación, la tecnología, la calidad y el trato diferenciados como propuestas de valor. Por último, clínicas pequeñas y profesionales «unipersonales» sobreviven manteniendo sus estándares de calidad en unas estructuras cercanas y de bajo coste. Cada una de estas empresas tiene sus propias oportunidades, amenazas, fortalezas y debilidades. Sobrevivir y crecer en este entorno requiere saber claramente quiénes somos, dónde estamos, en qué podemos diferenciarnos y, cada vez más, cómo debemos comunicarlo. Por este motivo, identidad y diferenciación son la esencia de las empresas. Son ese conjunto de valores que los clientes (pacientes) identifican en nuestros productos o servicios sanitarios. Somos elegidos por nuestros valores, salvo otras consideraciones económicas o de pertenencia a colectivos o seguros, y, muchas veces, por encima de esas consideraciones.

Una empresa sanitaria sostenible debe prestar atención a cinco dimensiones interrelacionadas todas con todas. No sólo la calidad científico-técnica de nuestro trabajo es importante. La calidad percibida por el paciente también lo es. Existe cuando se han cumplido sus expectativas y se ha sentido tratado como una persona única. Eso es la personalización. La satisfacción del personal que trabaja en el equipo es vital para tener trabajadores valiosos y estables, que son los que aportan valor, en lugar de trabajadores descontentos y de paso, que aportan menos valor. Todo ello no sería posible sin la viabilidad económica del proyecto, haciendo eficientes y sostenibles nuestras empresas. Y, por encima de todas ellas, no debemos olvidar la viabilidad vital para todos los que en ellas trabajamos, permitiendo conciliar vida profesional, familiar y personal. Somo personas plenas y no sólo trabajadores.

Estas cinco dimensiones deberían ser aplicables tanto a la medicina privada (obviamente que sí) como a la medicina pública, superando los tópicos de la exclusiva preocupación por el beneficio de la privada y de la funcionarización e ineficiencia de la pública. La gestión de la salud no debería ser una cuestión ideológica y mucho menos electoral. Debería basarse exclusivamente en criterios de excelencia, eficiencia y adecuación a estándares de calidad, pasando a un segundo plano si esa asistencia se presta en un centro público o privado. Centros públicos y privados deberían poder formar parte de un único sistema con objetivos y funcionamiento equiparables, con unos estándares de calidad y niveles de exigencia similares, y con la necesaria sostenibilidad económica en ambos casos.

El desarrollo científico-tecnológico y la digitalización aplicada a la medicina han abierto unas posibilidades inimaginables hace pocos años, que realmente sólo son la antesala de lo que está aún por llegar. La medicina y cirugía asistidas por ordenador, la robótica, la realidad virtual y la inteligencia artificial, aplicadas al diagnóstico por imagen y a la cirugía mínimamente invasiva, permiten cada día hacer diagnósticos y tratamientos cada vez más rápidos, más precisos, más personalizados, con menor morbilidad y más pronta recuperación. Todo ello, unido al mayor conocimiento de la genética individual, de los mecanismos del envejecimiento celular y de la reparación tisular, permiten el desarrollo de una medicina cada vez más a medida y más preventiva.

Pero todos estos avances no deben llevarnos a una «medicina pit stop» o a una «medicina sin médico». Hay valores importantes que no debemos obviar porque en el centro de todo este desarrollo tecnológico y empresarial siguen existiendo personas, que sufren o que quieren mejorar, pero que necesitan personas que se ocupen de ellas en lugar de máquinas o pantallas. Valores como compromiso de dedicación, compromiso de resultados y trabajo en equipo son los ingredientes necesarios, claves del éxito, que nunca deberían faltar, independientemente del tamaño de la empresa o de la situación socioeconómica del entorno. Mientras haya personas, serán necesarias empresas con personas que se ocupen de sus problemas de salud. El entorno cambiará, las herramientas evolucionarán, pero la esencia de la relación médico paciente no cambiará.

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